jueves, 18 de octubre de 2007

¿Despertar del sueño o vivir la pesadilla?

Esa es la pregunta que viene a la mente en estos momentos y de manera especial porque la primera jornada de las Eliminatorias Sudamericanas rumbo al Copa del Mundo FIFA Sudáfrica 2010 ha terminado.

La derrota frente a Venezuela en el Estadio Olímpico Atahualpa, considerada fuera de libreto porque “era imposible que eso ocurra”, nos puso sobre aviso de lo que sería este torneo clasificatorio, siendo tal el shock, que el Ecuador se transformó en un país fantasma la noche del sábado 13 de octubre porque el triunfalismo se volvió angustia, la seguridad mutó a intranquilidad, el optimismo se disolvió y el saber que nos tocaba Brasil en Río de Janeiro, apenas días después, derivó en que el “si se puede” se transforme en el “ojalá no nos goleen”, y eso fue lo que ocurrió.

Como en las peores épocas, la más oscura realidad es ahora la única verdad, el exclusivo panorama y el peor futuro que podría esperarse, del cual nos habíamos olvidado, o por lo menos eso pensamos, con el haber participado en los Mundiales FIFA de Japón – Corea 2002 y Alemania 2006. Por eso, el título de este artículo, engloba de manera explícita la confusión de sentimientos que se siente una mañana como esta, luego de ser vapuleados sin misericordia frente a “o mais grande do mundo”.

¿Dos mundiales son suficientes para ser considerados equipos grandes? No lo creo, dos mundiales sí nos llenan el alma, el espíritu, nos permiten hablar de cosas nuevas, de que Beckham nos arruinó con el tiro libre, del primer triunfo en un Mundial frente a Croacia en el 2002, de que con Alemania nos dimos el lujo de jugar con suplentes, pero eso no significa que seamos, de ahí en adelante, invencibles y que se pueda ganar absolutamente todo a futuro. “Que se acuerde la vaca cuando fue ternera” expresa el famoso dicho popular, el mismo que es importante en estos momentos que se habla de cambios, de que algunos jugadores deben salir, que se pide la cabeza de Luis Fernando Suárez, etc. Cordura habrá que pedir a todos y recordar que el fútbol es así, con altibajos, con irregularidades, con momentos excelentes como pésimos, porque es un juego, o por lo menos en esencia es así. Porque a quienes se pide se fusilen, apenas un año atrás, nos hicieron suspirar y vivir “el mundial soñado” al pasar de primera fase.

No vayamos tan lejos, Colombia nos deleitó con su juego a mediados de los 80 y 90, para luego caer en un hueco futbolístico tremendo del cual hasta ahora no se recupera y siguen añorando a Valderrama, Rincón, Asprilla, Álvarez, etc…Perú de igual manera y con muchos más años de ausencia, ya que su mejor época fue en los 70; Uruguay, el gran charrúa, sigue luchando por tratar de recuperarse para retomar la historia que lo llevó a ganar el Mundial de 1950 en el nombrado “Maracanazo” de la mano de Obdulio Varela (antes lo había ganado en 1934); Chile con equipo nuevo quiere intentar eso, mientras que Paraguay se ha mantenido regular el último tiempo. La misma Selección Argentina, con tanto “monstruo”, no ha podido ganar un Mundial FIFA desde 1986 cuando Maradona, Valdano, Burruchaga, etc alzaron la copa en México y véase los jugadores que tiene. Venezuela “en crecimiento” y Bolivia da poco que comentar. Brasil, quienes no son santos de mi devoción, siempre serán de otro nivel.

Ecuador no está jugando bien, habrá que hacer cambios, pero eso se traduce en que quienes somos hinchas, tendremos que saber aguantar la renovación del equipo, con resultados de aquellos que uno no quiere hablar, pero es la única forma de entender el proceso para que salgan nuevos jugadores que otra vez nos inviten a soñar; desgraciadamente, nuestro pensamiento es inmediatista, a corto plazo, cuando los largos procesos son los que definen resultados esperados, como fue este que empezó con Dussan Draskovic y está llegando a su fin.

Esto es de momentos, de épocas, de conjugar realidades en pos de un objetivo, que no siempre podrá conseguirse y, que sí, nos amarga como nos alegra, nos hace volar al mismo tiempo que nos quita el sueño, que no sabemos qué tiene pero que nos hipnotiza, para finalmente, envolvernos para escapar de la realidad durante noventa minutos.